La dama del café...




En mi ausencia, algo pasa, como una máquina las pesadillas empiezan a llegar y no tengo con quién hablar. "Pero todo está bien". Como un estallido, un tintinear de pequeñas partes se escucha dentro de mi, otro suspiro se eleva sin decencia.

Todo se ha marchado, todo se quiebra, las personas dicen adiós sin pensar, sin dudar. Otro día llega a su final, lo siento dentro de mi.

De pronto, una dama me observa al fondo de la habitación, tal vez mira la pequeña lágrima que no puedo detener, que viaja por mi rostro hasta caer.
 
Se pone de pie y camina hacía a mi, pasos fuertes y seguros, una tierna sonrisa rodea su boca. Las pequeñas arrugas rodean sus ojos. Sin duda ella ha vivido sus años, y los ha vivido a sus modos. Toma asiento frente a mi, aquella gitana de vida mi mira con ojos decididos y compasivos, me observa como si fuera una balada de un adiós y un renacer.

Toma mi mano, la sujeta con fuerza -todo está en oscuridad, lo sé, puedo escucharlo, es más de lo que puedes contener, pero la luz llegará a tu rostro y lo iluminará de nuevo- dijo con voz dulce y tranquila.

Sonrió, amable, dulce, misteriosa, pacífica, pensativa y serena. Un gracias le respondí. De momento supe que lo que ha sido fue.

Ella se puso de pie, tal vez para regresar a su hogar. Salió por la puerta, ¿cuántos caminos piensa tomar?
Su joyería suena al pasar la puerta, una adiós me brinda, media vuelta y se esfumó. El aire se cuela en mis suspiros. La empecé a echar de menos. Salí corriendo tras ella, pero se marchó.

Regresé, pedí referencias de la mujer del café, nadie la había visto. La dama, al aparecer, nunca me miró, nunca se sentó, nunca existió.


Tal vez una ilusión, el destino, un ángel o un llamado de mi propio ser. Un laberinto se mueve y yo regreso sin soledad y sin sueños rotos que tenía al empezar.


Marcela Cinta 




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