Aprendí y aprenderé.

Y ahí estaba, después de ocho años, escondido en un librero más nuevo que el, un librero que ya se encuentra desbordado de nuevos y antiguos ejemplares. Me llamó, de la nada lo volví a encontrar, pasta negra y hojas amarillas. Lo volví abrir y 52 páginas con palabras sencillas, con conocimientos simples me volvieron a enseñar algo tan vital, tan enérgico y tan sustancial como este momento. 
Me volvieron a enseñar a aprender, aprender a amar el trayecto y no el destino. Aprender que esto es un ensayo general, y que la única cosa que podemos dar por segura es el presente. Aprender a ver lo bueno de la vida y a intentar devolverle algo de mi parte, porque creeré  profunda y complementamente en ese gesto. E intentar hacerlo en parte, explicándoles a los demás lo que he aprendido y lo que aprenderé, aunque quizá muchos me verán demasiado optimista. Aprender a ser feliz y piensa en la vida como si fuera una enfermedad terminal, porque, si lo haces así, la víboras con mucha mas alegría y pasión, tal como debería vivirse. 

Al final vivimos para vivir, aprendemos aprender, sonreímos con verdadera alegría, una alegría desde el alma, desde el interior, no por obligación sino por existencia y supervivencia. 
Un sencillo ejemplar de cincuenta y dos páginas me enseñó de nuevo. 


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