La dama de las cuerdas rotas

Via Flickr por Mauro Luna


Me rasgó el amor, pasó su mano como una garra de bestia en mi corazón, aunque le pedí su paciencia él se marchó malgastando el inútil sentimiento que nació en una noche de rencores y arrepentimientos, en una puesta de sol triste y desolada, cuando recibí su mano como ancla de barco.  Es verdad, fui como un muerto que camina en las madrugadas, un sonámbulo que deambula por los recovecos de las callejuelas sin saber a donde dirigirse: así fui con él.

Mi mano izquierda sangra diría como metáfora del corazón, pero mi torpeza me accidentó en un huracán de lagrimas inyectadas de alcohol. Simplemente me estoy perdiendo a mi misma.

Mis piernas poco mareadas, poco desorientadas me hacen caminar al único lugar que no tiene sus pensamientos. Me arrojé sin sentir mi piel delgada, malgastada por  el destino que contó un mal chiste que no entendí.  

Llevo poco en este hogar, un tiempo que ha sido un infierno, su espectro caminaba aquí como dueño de mis pasos. ¿Quién soy ahora? ¿Quién me amará? Aunque sé que lo que él brindó no era ni parecido al amor.

Como siempre las solitarias once marcó en el reloj, aquellas que son la fina línea entre quién está y quién se fue para no voltear el reojo atrás.  No dejo de pensar que sólo Dios sabe que oculta ese corazón como gárgola que trata de latir, que besó a otras mujeres hasta hacerlas llorar, que me besó; aquellos besos endulzados de lagrimas saladas perdidas de esperanzas. Había un hoyo negro en todo lo que él decía.

Como programa antiguo de radiodifusión las notas empezaron a sonar.  Un Do menor sonó en mi oído, mientras abrazaba mis rodillas y sostenía un cristal alcohol rosado. Las demás notas retumbaron una tras otra, era la misma melodía de cada anochecer en punto. Desconocía el portador de las dulces que tocaba el maldito piano que me hacía sentir fuera de tiempo con un corazón cansado de bailar entre líneas escazas de amor.

Tomé mi única cena que tendría esa noche, un vino guardado en el fondo de una cocina desgastada. Salí de mi cueva de víctima, subí inútilmente unas escaleras que susurraban que llegaría a la gloria al encontrar al señor de esa melodía.

Me senté fuera de la puerta blanca que me separaba de aquel piano, de aquella persona que tocaba cada noche en la hora solitaria, aquella melodía, que provocaba en mi aquellos sentimientos de ruleta rusa.

Era lenta, triste pero llenaba certeza el aire que respiraba. Los minutos pasaron armonizando las Do sostenidas, las fa agudas y las si positivas. La música paró. Yo sólo deseaba descansar en esa fresca madera que me aislaba de lo que se escuchaba detrás y de lo que era el desastre que me hacía persona. De pronto la puerta se abrió, mi cuerpo aterrizó en la sueva alfombra, abrí mis curiosos ojos como hace tiempo no lo había sentido. Una dama mayor asomó su limpio rostro y golpeo mi débil cuerpo con un bastón, sólo pregunto quién era y sólo pude responder que era su entusiasta espectadora esperando encontrar la verdad en sus notas, las lagrimas no pudieron contener, era la primer alma con quién crucé las arrastradas palabras que salían con dolor, sin pensar. 
La dama caminó hacía el piano que yacía en medio de una habitación llena de recuerdos. Con su mano me señaló el banquillo donde sentó su cuerpo. Con pesar levanté figura dejando tirada la botella que me había acompañado. Me senté a un lado y de sus largos dedos nacieron melodías que hicieron consolar la sístole desahuciada por un amor despreciado que me definía.

Las sombras invadieron las horas, horas que usé para ilustrarme, para escuchar, para saber que no era el único corazón que se sentía en soledad en esa habitación, horas que cubrieron una aflicción que me hizo sentir delgada.
Ella tenía las cuerdas rotas por dentro, un gran amor se marchó, de aquellos que acompañan en el fuego del infierno y en la gloria de la luz, aquél que le tomó la mano por 50 años y lloró sus lagrimas, carcajeo sus alegrías, estremeció con sus feroces besos, que enterneció con su dulce melodía. Ella estaba rota de sus cuerdas, aquellas que formaban la más deliciosa armonía.


¿Por qué sigo perdiendo mi tiempo en él? . Los días pasaron, entré a un dócil mundo. Cada vez que el sol se ponía, sabía que era hora de regresar el tiempo y escuchar. Todas las noches ella me acompañó y yo la acompañé, ella sonreía y me hacia sonreír, le tomé la mano hasta su último respiro, la dama que tenía las cuerdas rotas me brindó claridad, creo poesía en mi melodía, fue amiga y salvadora, ella juntó mis cuerdas rotas, ella salvó a un alma desvalida de un amor perdido desde el principio, por una religión inexistente que él creo, ella me revivió y juntó mis cuerdas rotas para que volviera a ocurrir la pasión. 

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