El lugar donde pertenecemos





Le rêve, personifica a Marie-Therese Walter, amante de Pablo Picasso, quien sentada en un diván, con los ojos entrecerrados, los brazos doblados y la cabeza ladeada fue mostrada en uno de sus cuadros en 1932.  Tenía menos de 10 años cuando vi por primera vez a Marie; no sabía quién era, desconocía su procedencia pero sobre todo no tenía idea por qué las personas le llamaban arte a un dibujo que no se asemejaba a los usuales; después, entendí que ahí estaba su encanto.

El tiempo como liebre, va saltando en cambio en cambio. De forma única y a veces oscura. Y con ello viene el miedo a lo desconocido, desde una obra de arte incomprensible, un futuro que tratamos de predecir, de planear, pensando como podemos amortiguar el golpe que aún no sucede. Un pánico a una cima de éxito llena fatiga y agotamiento; un temor de ir dejando partes de nosotros en otros hasta quedarnos en soledad y vacíos, un miedo que yace de la aprensión de  regresar a un pasado sin nada en manos.

Vivimos períodos que no entendemos; la comprensión es nula y siempre preguntamos por qué; vamos construyendo muros y corazas frente a nosotros para obtener daños menores. Vamos asumiendo lo peor sólo porque la situación no se asemeja a la belleza de otras circunstancias, suponiendo que cada paso en nuestra vida debe de ser brillante.

Y así de pronto, todo explota, nos creemos solos, el miedo nos despoja de nuestra vida, perdemos fuerza, albergamos esperanzas pero son pisoteadas, y cuando el futuro se revela, cuando entendemos la situación, nunca es como lo imaginamos. 

Justo cuando pensamos tener todas las respuestas, justo cuando creemos que nos encontramos en la verdad y en la razón, en la plenitud y en la cima, el universo nos arroja una bola de fuego. Debemos de esquivarla y la única forma de salvarnos de ella es dejar de huir de la oscuridad, apagar la luz y quedarnos en la sombra y enfrentar a demonios desconocidos. Seguir. Levantarse, pero cada vez más fuerte. 

Así, sin más, después de avanzar, encontramos que ese cuadro abstracto del que pensábamos carente de belleza, es una de las mejores obras de arte de la historia; sabemos que no todo lo que resplandece es oro, y empezamos a improvisar, encontrando la felicidad en lugares inesperados. Regresamos a nuestro camino, con un movimiento audaz, recordamos  las cosas que más nos importan.

Si hay algo que aprendido este último tiempo, es que una solo momento, una sola crisis, una sola persona, puede cambiar tu vida para siempre. Replantea todas las preguntas más difíciles. El futuro se nos es perdonado, y la felicidad nos termina encontrando si sabemos escuchar las señales. Como yo lo acabo de hacer a lado de él. 


Así de curioso es el universo, siempre se asegura que terminemos exactamente donde pertenecemos


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