Loco, estúpido, amor
En la vida inevitablemente debemos de
crecer, convertirnos en adultos; las responsabilidades llegan, tenemos derecho
a votar, beber, la sociedad nos dice que debemos formar una familia, tener una
hipoteca, algunos pasan por el divorcio, los problemas existenciales están más
vivos que nunca.
Así que en términos generales en ciertos
aspectos crecemos, pero en otros seguimos con los mismos problemas cuando éramos
adolescentes. Seguimos dudando, tropezamos de nuevo con algunos errores,
creamos ilusiones y buscamos lo efímero en historias.
Conforme pasan los años levantamos muros
dentro y fuera de nosotros. Posponemos lo “bueno”, y debo adivinar que la razón
es el miedo: al fracaso, al dolor, al rechazo. Tememos aventurarnos a cruzar
por un camino con apariencia peligrosa.
Existe una relación directa entre nuestra
relación con el amor y nuestro estado de ánimo diario. Y es que al final del
día, todos buscamos el amor.
En eso, somos iguales a cuando niños,
pero ahora con mucho más miedos que antes; hace tiempo era más fácil entablar
una relación: a la edad de 15 años sí alguien te tenía loc@ era une negociación
pacifica, expedita y exacta, a los 10 minutos de revelar tus sentimientos
tenías pareja nueva o tu corazón buscaba alguien más. Esto por que el miedo no
nos ataba, no planificábamos alrededor de una persona, no éramos peones de la
aprobación. Ahora somos fríos y calculadores, dejamos de creer en la fantasía.
Ahora el miedo a enamorarse o no hacerlo
es latente. Los dilemas llegan cuando sientes que lo estás.
Las preguntas aparecen:
¿Realmente pueden dos personas estar
hechas la una para la otra?
¿Realmente existen las almas gemelas?
¿Realmente el amor existe?
O
tal vez nos han jodido tanto el corazón que es mejor estar solos, que ahora sólo entramos al juego del
encaprichamiento pero siempre guardando nuestras apariencias y poniendo límites. El encaprichamiento es la adicción de todas las historias de amor. Convertimos
un posible amor a un amor desesperado, en el que consiste en inventarse un
personaje y exigir que la otra persona lo represente.
Nos volvemos yonquis de la dosis de la
adoración; estamos dispuestos a entrar a la arena del juego mental entre “dos
adultos” tratando de llegar a una negociación para tener una relación
“establece”, sin esa monotonía, sin ese drama, sin los sacrificios que nuestros
amigos con pareja pasan, y más aún sin todas esas discusiones.
Buscamos desesperadamente esa atención
por parte de nuestra persona amada, y realmente esperamos no equivocarnos, y sí
lo hacemos, indagamos como reparar ese error. pensamos detenidamente en
derrumbar los muros propios para demostrarnos como realmente somos, crudos y sin anestesia; y cuando esto llega, es cuando deseamos dejar de jugar con cócteles tóxicos sentimentales para
cruzar caminos peligrosos que involucran ciertas dosis de rutina, un poco de
drama y algunas complicaciones. Decidimos vencer algunos miedos.
A veces es necesario perder el equilibrio
por el amor, como parte de una vida con estabilidad.
¿Pero realmente estamos dispuestos a
soportar las dudas por parte de la otra persona? ¿Somos adictos a estar donde
nos hieren? ¿Somos propensos a amores de una sola estancia? ¿Vemos idóneo tener a una persona que a veces está y a veces
no? Aún sabiendo a que nos involucramos
cuando el juego dio inicio.
Estamos predestinados a la idealización,
nos aferramos a un amor de ficción, pensando que podemos con el, nos entregamos
al oasis del desierto, nos mata el silencio de no saber si somos parte de un
juego a largo plazo o un amor viajero.
En algún momento decidimos salir de
nuestros muros y dejamos entrar el caos a nuestra vida, cruzamos el camino
peligroso y aceptamos que estamos enamorados; cuando te entregas por completo
es cuando te encuentras dispuesto a estar ahí para esa persona, siempre, cuando
desee, ayudándolo, apoyándolo, esperando que tus acciones generen sonrisas en
su rostro, buscando un excusa para verlo, recorriendo todas las maneras posibles
para enamorarlo y soportando la frialdad de sus manos, de su miradas o de sus
conversaciones.
Es aquí cuando debemos decidir soltar o
esperar, si nos detenemos nos arriesgamos a que el corazón se derrumbe de
nuevo, perderemos el control, viviremos en la ingenuidad. Si soltamos,
aprenderemos el desprendimiento emocional con la fatalidad de volver a caer en
el vicio, y eso siempre pasará; debemos elegir con quién queremos ser adictos.
En realidad, en el tema del amor no podemos
dar nada por seguro. Es tan loco, a veces tan estúpido y dramático, es un juego mental, que no logramos
entenderlo aún pasando los años, aún adquiriendo experiencia emocional o biológica.
No podemos dar nada por sentado. No
podemos definir qué pasará, sólo sé que si estamos dispuestos asumir la amenaza
y seguir adelante, tal vez detrás de esos muros que edificamos al paso de los
años nos encontraremos una fantástica vista.
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